Un ateo en misa de 12
Hacía muchos años que no iba a misa. Pertenezco a una generación a la que las familias solían obligar a asistir como parte de la educación. De mejor o peor grado, con vocación sincera o por interés, íbamos a misa todos los domingos, y debieron ser muchos, porque ahora, después de muchos años, sigo recordando pasajes enteros de la eucaristía, pasajes que puedo parafrasear mentalmente con el cura durante la ceremonia. Pero llegó un momento en que dejamos de ir. Mi madre no presentó batalla, seguramente resignada a lo inevitable y al entender cumplido lo que ella pensaba que había sido su deber. Sólo volví a la iglesia por motivos tristes o alegres, pero hasta ahora no había vuelto a escuchar misa rutinaria. Todo me resulta familiar, todo sigue igual, salvo que cuando dejé de ir nuestro obispo era Mauro y que ha cambiado ligeramente el Padre Nuestro. Aparte de eso y alguna cosa no esencial más, todo sigue como lo dejé.
No he experimentado ninguna conversión, no he caído del caballo, otras razones que no vienen al caso me han hecho regresar. La experiencia me ofrece un punto vista extraño en ese lugar desde el que observar un acto primordialmente religioso pero que no se agota en ese aspecto. No me interesa analizar su sentido religioso, tampoco sabría, pero me llama mucho la atención su papel civil, el importante componente social que muestra el hecho de que de forma periódica se reúnan los ciudadanos (aquí feligreses) y mantengan y renueven de esta forma sus lazos de unión en torno a una misma doctrina.
La eucaristía es un acto religioso con un claro sentido ético que puede cumplir, y ha cumplido, un papel en la socialización, en la formación de la comunidad, en su cohesión y en la regulación de su convivencia. Muchas veces se ha hablado de la función política de la Iglesia, de su relación con el poder político, pero muchas menos se ha tratado la función que durante siglos ha cumplido en la consolidación de la comunidad y en la provisión de principios y normas que han regulado la convivencia de sus miembros en paz y respeto. Se ha reprochado muchas veces a la religión el sufrimiento que ha producido a lo largo de la historia, pero pocas veces se ha reconocido su papel cívico al proporcionar pautas éticas de fácil asimilación que han favorecido la convivencia. Me dejo llevar por la imaginación, que me transporta hasta una sociedad 3.000 años atrás, donde no hay más reino que el desgobierno, la lucha egoísta de todos contra todos y el triunfo inclemente del fuerte sobre el débil. Una sociedad donde los principios son egoístas y no alcanzan más allá del estricto ámbito privado Si tal cosa ocurriera abandonaría el poblado y me iría unos días a la montaña, de donde volvería con unas Tablas de la Ley asegurando a los demás que me fueron entregadas por Dios.
Somos herederos de la Ilustración. El lento proceso de racionalización, de desencantamiento, que nuestra cultura experimenta desde el Renacimiento, ha sacado en gran medida a la religión de nuestras vidas. Hoy nuestra convivencia está basada en principios éticos elaborados en el tiempo y legitimados por el acuerdo, no por la religión. Esos principios conforman las leyes y regulan los comportamientos cotidianos donde aquellas no llegan. Actuamos correctamente por respeto a la ley y por temor al castigo, pero también por respeto a los demás, porque nuestros principios no son estrictamente egoístas y están formulados teniendo al otro en cuenta y porque estamos dispuestos a ceder en nuestras pretensiones para poder convivir. Tenemos principios para asegurar nuestra convivencia y nos hemos propuesto que funcionen sin referencia divina. Sin embargo, para que esto sea posible, hace falta una formación ética, una educación que muestre esos principios y la razón para su cumplimiento, para que sean reconocidos y respetados por todos. El egoísmo no necesita aprendizaje, parece innato, viene de serie, pero la renuncia a él por algo tan extraño como el otro, los demás, los que no son de tu sangre, los desconocidos, los extranjeros, los que no tienen otra cosa que ser "humanos", la renuncia al egoísmo por los demás, aunque sean desconocidos, como digo, precisa un gran esfuerzo y una gran apertura. El papel de la educación resulta por esto absolutamente imprescindible. Sin ella no es posible la convivencia convencida sino tan solo la forzada por el peso de la ley, y hay mucho espacio donde la ley no llega.
Y al hilo:
- No hay Vida sin organismos, Nación sin ciudadanos, Humanidad sin humanos. No hay Dios sin creyentes.
- Dios no hizo al hombre a su imagen y semejanza. El hombre hizo a Dios a su imagen y semejanza.
- Los ateos sabemos de Dios. Hemos tenido que reflexionar sobre él para llegar a negar su existencia.
- El término "ateo" es desafortunado. Encierra un absurdo y una servidumbre. El absurdo se produce al utilizar para definirse aquello que se niega, y la servidumbre se da a un lenguaje heredero de la religión que no ha inventado aun el término preciso.
- Al hablar de religión o ateísmo nos mantenemos dentro del marco de la religión. En el nombre "ateo" se cuela la referencia a aquello que se niega, y se otorga a Dios una entidad que sirve para definirme aunque sea negándolo. Al definirse como el que no cree en Dios ya se está contando con él, y eso no es radical. En Rubilandia habría rubios y no-rubios. En Capilandia habría rubios, morenos, castaños..., y hasta calvos.
- La religión ha determinado el lenguaje de tal forma que al ateo le resulta imposible ser coherente en la expresión. Le faltan palabras.
- La dicotomía racional e irracional se hace desde un planteamiento racionalista y la dicotomía teísmo y ateísmo se hace desde un planteamiento religioso.
- Resígnese Dios a recluirse en el mundo infinito de la experiencia privada y resígnese la religión a unir a todos aquellos que tienen tal experiencia. Tal y como dijo Jesús, su Reino no es de este mundo.
- Como explicación y guía total, la religión empezó a decaer y a ceder terreno a medida que el hombre pidió su espacio y se fue acercando a la mayoría de edad. El Renacimiento es una etapa grandiosa porque comenzó la recuperación de lo que al hombre le pertenece por derecho.
- El creyente y el ateo apuestan y ponen toda su fortuna en una casilla diferente, mientras que el agnóstico reparte su dinero entre las dos posibilidades. Se puede decir que es una opción inteligente, pero también cobarde.
- Jorge Wagensberg relaciona el número de sílabas de las palabras con su frecuencia de uso y por lo tanto con su importancia para todos: mar, pan, Sol, agua, luna, yo, tú, él. Fe y Dios.
- El coche del señor cura no arranca y me pide ayuda. Lo arreglo. Él me da las gracias y encuentra en el santoral el obrador del milagro que ha solucionado su problema. Él se acuerda de San Pascual. Yo me acuerdo de El Quijote: "No milagro, milagro, sino industria, industria" https://t.co/qDo2ixmjzX
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