Sobre Derechos Humanos y derechos animales


 

La noticia de la tramitación en el Congreso del "Anteproyecto de Ley  de protección y derechos de los animales" pone sobre la mesa del debate público, o al menos sobre la mía, la cuestión acerca de si los animales tienen derechos y sobre su alcance y legitimidad en caso de tenerlos. Creo que se trata de una pregunta procedente y me propongo responderla en este artículo.

En la historia de la humanidad la ética evoluciona como un proceso. Cada ética es hija de su tiempo, es producto coherente de la sensibilidad y de las aspiraciones de las personas del momento, y dado que esas aspiraciones y sensibilidades cambian, la ética cambia también. A lo largo de la historia encontramos sociedades con un reconocimiento desigual de derechos, sociedades en las que se reconoce un estatus diferente a sus miembros ya sea por razones de cuna, raza, procedencia o religión. No hay que remontarse mucho para encontrar discriminación y recortes en derechos que con el paso del tiempo se han corregido, algo que merece la celebración y la conmemoración. El derecho a sufragio de las mujeres, la abolición de la esclavitud, la igualdad de género o la protección de minorías, son ejemplos de conquistas realizadas no hace mucho tiempo y que forman parte de un proceso de extensión paulatina de derechos a todos los hombres, rasgo que caracteriza la evolución ética mencionada. La Declaración Universal de Derechos Humanos se ha incorporado al cuerpo legal de los países constituídos en estado de derecho y el grado de cumplimiento de esa Declaración constituye un criterio de valoración internacional.
https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights

Un derecho es una exención, una franquicia, un privilegio. Es una potestad que otorga protección y capacidad. Protección respecto de los congéneres y sus armas de poder (entre otras el Estado, la fuerza, la falta de escrúpulos, el egoísmo...) y capacidad para actuar entre ellos, en comunidad. Un derecho tiene por tanto una parte pasiva, que es la protección, y otra activa que es la capacidad que faculta a actuar. Los derechos se refieren a los congéneres, no se reconoce por ejemplo el derecho a no sufrir terremotos ni catarro.

Hay una característica esencial de la ética mundialmente aceptada en la actualidad que constituye una aspiración, un criterio de decencia y una norma constitutiva de los organismos de gobierno internacionales. Esta característica es la que considera que los seres humanos son depositarios de derechos y libertades que le pertenecen por igual y de forma incondicional, sólo por el hecho de ser hombres y sin que ello dependa de ninguna consideración particular. Se reconocen los derechos sin atender al sexo, raza, religión, procedencia o capacidad física o intelectual. La persona más despreciable posee los mismos derechos fundamentales que la más amada. Consideramos que todo hombre es acreedor de los mismos derechos porque tiene un valor máximo e igual al de su semejante, porque, de acuerdo con Antonio Machado, "nadie es más que nadie. Porque por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor mayor que el de ser hombre".

Todos los seres humanos cuentan por lo tanto de forma incondicional con derechos inviolables sólo por el hecho de ser humanos. Pero, ¿de dónde le viene ese derecho? ¿Quién o qué se lo otorga? La respuesta a esta pregunta marca el paradigma en que nos enmarcamos. De acuerdo con la religión cristiana, por ejemplo, los hombres poseen derechos debido a su condición de hijos de Dios, gracias a su posición especial en la Creación. El iusnaturalismo prescinde de la legitimación religiosa para poner en su lugar a la Naturaleza y propone que el hombre posee derechos que le pertenecen por naturaleza, derechos naturales, por el hecho de ser hombres. De acuerdo con un paradigma racionalista será la facultad de la razón lo que diferencia al humano y le hace merecedor de tales derechos. Ninguno de estos planteamientos me parece satisfactorio y defiendo que los derechos humanos son fruto de un acuerdo entre semejantes consistente en exigirlos para sí y en reconocerlos a los demás. Los derechos fundamentales representan el reconocimiento propio y recíproco entre los hombres de un valor objetivo básico, de ese valor al que se refería Antonio Machado en la cita anterior. Los derechos humanos son por tanto una convención, el fruto de un acuerdo, de un contrato social por el cual los hombres exigen para sí los mismos derechos que reconocen a los demás, independientemente de quién se trate y sólo por el hecho de ser hombre. 

Los derechos humanos son por tanto ficciones. No hay nada objetivo que pueda etiquetarse como derechos humanos. Se trata, como dice Noah Harari, de una realidad imaginada. Convenimos en formularlos y en otorgarlos de la forma antes expuesta, son determinantes en la regulación de la convivencia, pero no son reales como un árbol o una montaña. Si nos visitara un extraterrestre no los vería, no aparecerán en el registro arqueológico, son ficciones que hemos elaborado para convivir de la forma que nos ha parecido más correcta y conveniente a lo largo de nuestra evolución ética.

Y en este entorno de reconocimiento generalizado de derechos a todas las personas surge el debate acerca de si los animales también los tienen. Una vez ganado el espacio de reconocimiento de los derechos humanos, una vez marcada esa frontera moral, nuestro impulso ético no se detiene y nos planteamos si se puede extender el reconocimiento a especies distintas de la nuestra como defiende el animalismo, o bien se trata de algo exclusivamente humano como sostiene el especieísmo. De acuerdo con lo expuesto más arriba habría que negar que los animales tengan derechos puesto que estos derechos existen sólo en el mundo imaginado humano y se conceden recíprocamente por una convención acordada común. En rigor no se puede hablar de derechos de los animales porque los derechos se poseen en primera persona y, respecto a ellos, los animales no tienen primera persona. No cabe pensar que en el mundo animal exista un mundo imaginado parecido y menos que se establezca una comunidad de animales en la que estos se conceden derechos de forma recíproca como hacen los hombres.Sin embargo, hablar de derechos de los animales no es un sinsentido, puesto que estamos de acuerdo en otorgarles una protección que evite su maltrato. Los animales no tienen derechos en el sentido en que los tienen los hombres, pero creo que sí tienen derechos. Según se ha dicho antes, todos los hombres tienen el mismo valor y por ello aceptamos que todos tienen los mismos derechos. Hablamos de derechos de los animales para referirnos a la protección que reciben y merecen debida al aprecio, incluso al amor, y al respeto que nos suscitan, debida al valor que poseen para nosotros. Los animales tienen por tanto los derechos que nosotros, los humanos, les concedemos. La asignación de derechos a los animales depende del valor que les otorgamos y esto explica los diferentes derechos que reconocemos a los diferentes animales. Como no todos los seres con vida tienen el mismo valor para nosotros, los humanos, no todos reciben la misma protección y reconocimiento. No les atribuimos los mismos derechos.  Ningún animal tiene derechos por el hecho de pertenecer a una especie determinada sino tan sólo porque nosotros se los otorgamos. Para que un animal tenga derechos tiene que haber humanos que se los reconozcan. Sin humanos no hay derechos porque sin humanos no existe la realidad imaginada.

Los derechos de los animales no son por tanto incondicionales, sino que dependen de nuestra sensibilidad y nuestra costumbre, algo que queda de manifiesto cuando pensamos en la consideración que reciben los animales en las distintas culturas y en distintos espacios de una misma cultura. El Anteproyecto de Ley citado al principio de este artículo se ve obligado a hacer malabares para recoger las diferentes realidades de los animales en nuestro entorno. Además, cuando hablamos de derechos de los animales hay que contar con que no consideramos igual a todos los animales y que nuestro reconocimiento no es equitativo. Tan animal es un perro en un salón como una rata en una alcantarilla pero no les otorgamos la misma protección y no les reconocemos por tanto los mismos derechos. No nos apena la muerte de miles de insectos estampados en el paragolpes de nuestro coche, pero nos indigna ver morir arponeada a una ballena. ¿Estamos más dispuestos a proteger a los animales con un parentesco más cercano a nosotros en el árbol genealógico de las especies?


Peñaranda de Bracamonte, 6 de enero de 2022












Comentarios

  1. PARTE I

    En primer lugar, te doy la enhorabuena por el planteamiento, en fondo y forma. Como de costumbre, muy bien estructurado, muy bien escrito y muy bien desarrollado, desde la introducción hasta las preguntas finales.

    Enhorabuena.

    Me es difícil responder a tu análisis y a las preguntas que lanzas al viento sin dar un largo rodeo que, desde mi punto de vista, pueda centrar la cuestión. Y me es imposible estar a la altura de tu calidad analítica y comunicativa, pero haré lo que pueda.

    Creo que mi planteamiento pueda llegar a ser farragoso (y en cierta medida hasta reaccionario), pero el análisis no es de un simpe sí o no, a favor o en contra. La verdad es poliédrica, aunque en el mundo posmoderno en que vivimos no se admiten los matices y las polémicas se dirimen en el territorio del “conmigo o contra mí”, de ahí que posicionarte contra el animalismo actual suponga una declaración de guerra contra los animales, igual que cuestionar el feminismo actual te coloque automáticamente en el machismo recalcitrante.
    Empecemos por algo tan básico como entendernos a nosotros, los humanos, antes de entrar en terrenos más escabrosos.
    Una de las características esenciales del ser humano es la conciencia. Conciencia de nosotros mismos, de nuestra realidad, de nuestros actos y sus consecuencias y de nuestro entorno. Esa conciencia nos ha acompañado durante toda nuestra evolución y las distintas preguntas y respuestas filosóficas han descrito la sociedad humana en sus diferentes etapas; su cambiantes morales y éticas. Al mismo tiempo, las diferentes religiones han acomodado y moldeado la mitología, los sentimientos, moral, usos y costumbres de las sociedades conforme a una serie de reglas y/o intereses de control.

    Si nos vamos a un plano más personal, del mundo que conozco, puedo decir que yo crecí en una sociedad de estricta moral católica donde, si bien se predica el amor, la obediencia, la culpa y el perdón eran los que, de manera subliminal, ejercían el absoluto sobre las personas. La obediencia que, desde un plano exógeno te imponía tus obligaciones y deberes y garantizaba la sumisión al status-quo sin disensiones ni preguntas. La culpa, que te carcomía las entrañas desde dentro, como un parásito colocado por la obediencia para reconducir al díscolo al orden natural de la existencia. Y finalmente el perdón que, tanto de forma endógena como exógena otorgaba la aceptación y el bienestar, tras la contrición y el propósito de enmienda, aceptando la normalidad de esa moral.
    España es sólo una parte pequeña del mundo, pero en esas épocas la moral era muy similar más allá de nuestras fronteras, donde la sociedad pacata, puritana y machista era parecida pese a no haber franquismo o catolicismo. Así pues, toda nuestra sociedad occidental ha cambiado, a base de luchar o aceptar una serie de derechos que no nos hacen más libres por tenerlos, pero sí más humanos por reconocerlos.

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  2. PARTE II


    Siempre hemos sido conscientes de que los actos de la humanidad tienen consecuencias en el devenir del mundo, pero hasta hoy, creo que no hemos sido conscientes de que los pequeños actos cotidianos de nuestro vivir diario podían afectar de manera directa o indirecta a las personas que nos rodean, de modo que hemos ido acomodando nuestras acciones y nuestro lenguaje no hacia la menor ofensa posible, creando una sociedad digna del buenismo de Rousseau, convirtiéndolo en una especie de religión laica que todo lo impregna, lo incluye, controla y modifica en la que esos tres factores que antes mencionaba, la obediencia, la culpa y el perdón, se han sabido adaptar a la perfección a este nuevo culto. Cada día vemos cómo la nueva religión nos impone la obediencia a sus normas con las que se censuran canciones de otros tiempos o se re-definen libros de autores ya fallecidos, o se critican acciones históricas de un pasado que tenía otra moral y otra ética. La culpa nos fuerza a no disentir, a avergonzarnos de la humanidad que nos precedió y a juzgar a todas las eras desde nuestra ética buenista en la que nadie debe herir a nadie y debemos cuidar un mundo maltratado, no sólo por nosotros, sino por todos aquellos que nos precedieron.

    La culpa, ese gran instrumento de poder que bien utilizado nos hace dóciles y sumisos porque, al venir de nuestras propias reflexiones y sentimientos, sin una aparente fuerza externa, la aceptamos como mecanismo de corrección y regulación interna contra la que no cabe la lucha, pues es nuestra propia conciencia la que nos habla. La culpa fue la que atormentó a los supervivientes del desastre aéreo de los Andes para ocultar que tuvieron que comer a sus compañeros para sobrevivir. Una culpa que no hubiesen sentido las comunidades antropófagas del caribe y América latina precolombina, ya que su tiempo, su moral y su ética eran bien diferentes de los nuestros.

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  3. PARTE III

    Tras todos estos rodeos para encuadrar la foto, por fin llego al tema sobre el que escribes y sobre el que planteas tus preguntas. Los derechos humanos y de los animales. Estoy de acuerdo contigo en que "los derechos humanos son fruto de un acuerdo entre semejantes consistente en exigirlos para sí y en reconocerlos a los demás. Los derechos fundamentales representan el reconocimiento propio y recíproco entre los hombres de un valor objetivo básico ... Los derechos humanos son por tanto una convención, el fruto de un acuerdo, de un contrato social por el cual los hombres exigen para sí los mismos derechos que reconocen a los demás, independientemente de quién se trate y sólo por el hecho de ser hombre." Aunque esta convención, que debería incluir a toda la humanidad, pues son los derechos de toda persona por el mero hecho de ser humana, son ignorados, cuando no atacados directamente, sin que eso parezca importar mucho. Podría citar para el caso la falta de derechos humanos en países como China, con la que se hacen acuerdos comerciales o esa misma falta de derechos en países como Cuba, a la que se somete a un bloqueo comercial. Podría hablar también de la falta de derechos en países como Rusia o Irán, pero que patrocinan y financian formaciones políticas que hacen gala y bandera de la lucha por esos derechos que se persiguen en los países patrocinadores. Podría decir finalmente, que en mi país se negocia con quien ha buscado sus objetivos políticos a través de negar el primer derecho humano a sus congéneres, la vida. Por tanto, debo concluir que los derechos humanos no son solamente una ficción en el sentido en el que tú explicas, sino también una entelequia en cuanto a la definición de una situación perfecta e ideal digna de la isla de Tomás Moro. Ahora bien, la actual sociedad occidental, acomodada, privilegiada y burguesa es consciente de las contradicciones que genera la distopía en la que vive y del costo que supone para el resto de congéneres, para los derechos humanos, para el resto de seres del planeta y para el planeta en sí mismo, pero lejos de renunciar a su hipócrita y privilegiada posición de superioridad moralizante, lava su sentimiento de culpa en la extensión de derechos hacia los animales como prolongación de esa sociedad buenista que se persigue y no en la observancia y cumplimiento de los derechos humanos que ya da por asumidos y universalizados, aunque la realidad nos demuestre lo contrario. Dicho de otra forma, creo que estamos buscando humanizar a los animales, en cuanto a poseedores de derechos, cuando en realidad pretendemos limitar o mitigar nuestro sentido de culpa por el comportamiento humano. No digo que los animales no tengan derechos, sino que estamos legislando contra los hombres y no a favor de los animales, porque ¿En esta ley de derechos animales un león solitario sería defendido de una familia de leones que le acose, maltrate y mate por defender su territorio? No, porque en realidad no tiene derecho a no ser maltratado, sino a no ser maltratado por los humanos, siendo una simple limitación de nuestros abusos y, por tanto, somos nosotros el objeto de esa regulación de la que los animales son el elemento pasivo. Con esto no digo que los animales no tengan derechos, sino que el acercamiento a ese debate está pervertido desde el origen, además de por lo anteriormente expuesto, porque "los animales" no son un conjunto homogéneo al que una especie superior deba otorgar unos derechos de acuerdo a los criterios establecidos por esa especie dominante. Cada especie tiene sus códigos de conducta naturales y sus características biológicas diferenciadoras que impide, desde un punto de visto naturalista tratarlos como un ente único y como bien indicas, esa legislación va a establecer derechos en base a la afinidad con los humanos y va a excluir a insectos, arácnidos, parte de anfibios, ofidios y probablemente la totalidad de los invertebrados.

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    1. Hay muchos países en el mundo donde no se respetan los derechos humanos y hay otros en los que, a pesar de que cuentan con una legislación que los protege, son vulnerados. La violación de esos derechos puede venir de comportamientos individuales o del Estado. Sin embargo creo que no ha habido un momento mejor que el actual en la historia de la humanidad en lo que respecta al reconocimiento y realización de esos derechos. Porque además ocurre que el reconocimiento es mundial y que quien vulnera los derechos humanos lo hace contra la comunidad internacional, sus tratados y sus instituciones. Queda muy claro el contraste entre el ser y el deber ser cuando tales vulneraciones ocurren. La protección de los derechos humanos es tarea constante y por desgracia nunca será definitiva su implantación, me temo, lo sé.
      No comparto tu explicación de la extensión de derechos a los animales basada en la culpa. No la veo porque no creo que alguien que se indigna por la agresión a una ballena esté lavando su conciencia por el ataque a los derechos en China. Me suena a psicoanálisis y soy poco de esta corriente.

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  4. PARTE IV Y COLOFÓN

    Ahora bien, volviendo a mi disertación sobre la culpa ¿Todos los animales tienen derecho a ser protegidos de los humanos o sólo aquellos que nos generan un sentimiento de culpa? Respondo a tu pregunta sobre el cerdo que ha "donado" su corazón para un trasplante en vez de un chimpancé: El primate nos genera culpa, mientras que el cerdo no porque matamos a millones de ellos a diario en el mundo para alimentarnos, lo cual genera otra duda sobre el alcance de la ley de derechos de los animales; ¿Servirá de base, en un futuro no muy lejano, para que los animalistas pretendan una alimentación vegana para todos, en aras del bienestar animal? En esta cultura del buenismo no se debe disentir de conceptos intrínsecamente buenos en su definición, aunque se hayan pervertido en su utilización, como la solidaridad, la igualdad o el bienestar animal, porque la simple duda sobre su perversión te lanza al infierno del fascismo.

    La culpa. Sentimiento que nos incita a proteger a los monos que sirven de alimentación a una tribu casi extinta del Amazonas, mientras nosotros exterminamos a ratones porque viven en nuestros campos de cultivo, o nos incita a prohibir el consumo de carne de perro, porque es nuestro de animal de compañía, cuando fomentamos la carne de conejo que es el animal de compañía en Venezuela.

    No pretendo dogmatizar en modo alguno, pero creía que tu análisis merecía un comentario mucho más amplio que unas líneas por whatsapp en las que manifestaba estar “casi” de acuerdo contigo. En las líneas gruesas, estoy de acuerdo, es en los matices donde siempre aparecen las diferencias (Y sé que en mi comentario encontrarás diferencias grandes y graves).

    Un abrazo

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    1. Cada cultura otorga derechos a los animales según su percepción y su tradición: nosotros a los monos, los venezolanos a los conejos, los indios a las vacas... Pero ni los conejos, ni las vacas, ni los monos poseen derechos incondicionales, al margen de los humanos. Sólo los humanos poseen derechos incondicionales.

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