De la trinchera al ágora. Política vertical vs política transversal
Una sociedad democrática es una sociedad que debate. Se suele considerar que una sociedad es democrática si tiene reconocido el derecho a elegir a sus gobernantes, sin embargo la democracia es más que el sufragio. Para que una sociedad sea verdaderamente democrática el debate debe fluir y modelar la acción política en una interacción permanente entre gobernantes y gobernados de forma que el ejercicio de la política se extienda a la vida cotidiana habitual fuera del colegio electoral. El gobierno y la ciudadanía interaccionan y se modifican recíprocamente en busca del acuerdo mediante un proceso de acción y reacción en el que a la acción política sigue la reacción ciudadana de acuerdo o desacuerdo y a las demandas ciudadanas sigue la acción política que las satisface o deniega en todo o en parte. En este proceso resulta imprescindible el debate. La opinión pública se construye en el debate de las diferentes posturas que se manifiestan acerca de los distintos temas que la ocupan y preocupan. La ciudadanía escucha, piensa y habla y en este proceso se influye mutuamente y configura la opinión general acerca de algo. De forma no siempre consciente influimos y somos influidos, escuchamos opiniones, reflexionamos, las pensamos, las compartimos, las contrastamos, y todo esto configura la opinión pública que debe ser tenida en cuenta por un gobierno que se considere verdaderamente democrático.
La realidad se nos muestra cada día en su gran complejidad y a menudo nos sobrecoge. Nuestra vida diaria doméstica y profesional nos plantea tantas dificultades que ya solo con resolverlas medianamente podríamos darnos por satisfechos. Sin embargo, no podemos dejar de lado nuestra condición de ciudadanos, ni sustraernos al hecho de que ahí fuera hay situaciones que nos invocan para ser comprendidas y para posicionarnos, cuestiones públicas que pueden situarse en el mundo de la política, de la ética, del derecho.... La vida en sociedad, y más en una sociedad democrática, hace que ante esa interpelación de la realidad no debamos recluirnos apáticamente en nuestra intimidad y que debamos posicionarnos y participar en el debate público para hacer nuestra pequeñísima aportación individual en la construcción del modo de pensar de nuestra sociedad. Es verdad que no podemos tener opinión propia sobre todo, pero también es verdad que podemos tenerla.
La política vertical
Hoy el debate público está marcado por la polarización, por la reclusión de la opinión en barrios ideológicos prácticamente cerrados y poco ventilados desde los que se mira con desconfianza y acritud hacia fuera. Esto hace que el debate esencial se deteriore y que con él se deteriore la democracia misma. Se dan posiciones intransigentes que ven al rival como enemigo y se considera la pugna política como un juego de suma 0 donde si ganas tú pierdo yo y donde no cabe pensar en un acuerdo o en una aceptación tolerante de un resultado que hoy me perjudica.
La polarización, tal y como se considera normalmente, la polarización mala por decirlo de forma simplista, es el resultado de una concepción vertical de la política, que es aquella que reúne a los partidarios en un espacio cerrado, bajo un paraguas ideológico que libra de influencias externas y que suministra consignas y puntos de vista para el consumo interno. El debate aquí no es importante porque las ideas están ya elaboradas y terminadas listas para su consumo y sólo necesitan ser asimiladas para servir de armadura en los encuentros con los grupos antagonistas pertrechados de la misma manera con el mismo objetivo pero con sentido contrario. La política vertical produce a priori acuerdos internos y desencuentros externos.
Hoy el debate público está marcado por la polarización, por la reclusión de la opinión en barrios ideológicos prácticamente cerrados y poco ventilados desde los que se mira con desconfianza y acritud hacia fuera. Esto hace que el debate esencial se deteriore y que con él se deteriore la democracia misma. Se dan posiciones intransigentes que ven al rival como enemigo y se considera la pugna política como un juego de suma 0 donde si ganas tú pierdo yo y donde no cabe pensar en un acuerdo o en una aceptación tolerante de un resultado que hoy me perjudica.
La polarización, tal y como se considera normalmente, la polarización mala por decirlo de forma simplista, es el resultado de una concepción vertical de la política, que es aquella que reúne a los partidarios en un espacio cerrado, bajo un paraguas ideológico que libra de influencias externas y que suministra consignas y puntos de vista para el consumo interno. El debate aquí no es importante porque las ideas están ya elaboradas y terminadas listas para su consumo y sólo necesitan ser asimiladas para servir de armadura en los encuentros con los grupos antagonistas pertrechados de la misma manera con el mismo objetivo pero con sentido contrario. La política vertical produce a priori acuerdos internos y desencuentros externos.
Vivir la política según el planteamiento vertical es sencillo al disponer de un marco ideológico cerrado que ofrece el posicionamiento para cada tema político o ético. En momentos de gran complejidad, (¡cuáles fueron sencillos!) la política vertical facilita la vida al prescribir una opinión y proporcionar un posicionamiento ante la realidad empleando para ello poco tiempo y ningún esfuerzo. Cuando esa opinión además es prescrita por un foro de debate, un partido político u otra organización, o bien por una autoridad referente, esa opinión tiene una "calidad de confianza" y pensamos que merece ser asumida. El problema hoy se hace mayor al haberse suspendido las mediaciones gracias a las redes sociales y al llegarnos sin filtrar opiniones razonables y contrastadas envueltas con otras con origen menos noble y propósitos espurios. Como resultado de estos posicionamientos nos encontramos un panorama político con bloques irreconciliables reacios a tratar cualquier tema con actitud abierta, generosa y constructiva.
Quien asume el planteamiento vertical es dogmático y para defender sus posiciones puede llegar a descalificar al contrario con argumentos no solo políticos, sino también morales. La descalificación ética del contrario hoy es frecuente, lo cual suspende el debate ya que el mal o el vicio solo piden ser erradicados. Con frecuencia se descalifica tajantemente opiniones discrepantes alejadas de nuestros planteamientos poniéndoles etiquetas que las inhabilitan en lugar de intentar comprender sus argumentos y rebatirlos en sus términos sirviéndonos de nuestras ideas. Es necesario comprender y desmenuzar las ideas contrarias, por equivocadas que nos parezcan, para rebatirlas con los argumentos más certeros con vistas a su derrota en lugar de despacharlas de un plumazo con la marca "ultraderechista", "fascista", "comunista", "antiespañol"... Cuidado no las estemos invistiendo con el aura romántica de la rebeldía y la contracorriente.
La política vertical sólo acepta liderazgos férreos a los que no gusta la discrepancia. De esos liderazgos se espera guía y camino marcado. El militante mira hacia arriba y espera la consigna seguro de encontrarla. Sacrifica su libertad a cambio de su seguridad. Quiere saber de antemano qué pensar, no necesita la crítica ya que "se lo dan hecho". Dime cuál es tu partido y te diré qué tienes que pensar sobre esto o aquello. Tristemente los partidos políticos han eliminado las corrientes internas de opinión y acallan las opiniones discrepantes con el propósito de dar una imagen de fortaleza entre sus partidarios. Creo que harían mejor si se abrieran a escucharles y recogieran en sus foros las diferentes opiniones compatibles con sus principios aunque sean discrepantes con la dirección. Lejos de dar sensación de debilidad fortalecería su ideario y animaría a la participación y a la afiliación.
La política vertical sólo acepta liderazgos férreos a los que no gusta la discrepancia. De esos liderazgos se espera guía y camino marcado. El militante mira hacia arriba y espera la consigna seguro de encontrarla. Sacrifica su libertad a cambio de su seguridad. Quiere saber de antemano qué pensar, no necesita la crítica ya que "se lo dan hecho". Dime cuál es tu partido y te diré qué tienes que pensar sobre esto o aquello. Tristemente los partidos políticos han eliminado las corrientes internas de opinión y acallan las opiniones discrepantes con el propósito de dar una imagen de fortaleza entre sus partidarios. Creo que harían mejor si se abrieran a escucharles y recogieran en sus foros las diferentes opiniones compatibles con sus principios aunque sean discrepantes con la dirección. Lejos de dar sensación de debilidad fortalecería su ideario y animaría a la participación y a la afiliación.
La política transversal
Reivindico frente al planteamiento vertical la política transversal, una política donde el debate sea abierto y la opinión se construya libremente después de la valoración crítica de los argumentos. Aquí no hay lealtades incondicionales a ideologías ni a siglas, aquí hay un arrojo para atreverse a pensar con respeto a la razón, la realidad y la coherencia personal. La política transversal reivindica el "sapere aude" ilustrado, el abandono de la infancia tutelada para asumir la mayoría de edad libre, reivindica la necesidad de construir la propia opinión de forma abierta mediante la valoración de argumentos tomando para ello en cuenta únicamente su propio valor. El argumento de autoridad es aquí repugnante. El lugar que en la política vertical ocupa la disciplina y la obediencia, en la política transversal lo ocupa la crítica. La política transversal no acepta liderazgos férreos. Cree en la ejemplaridad de los referentes y en direcciones abiertas y colegiadas que recojan las diferentes formas de pensar en el grupo.
El resultado de esta actitud crítica es la dispersión ideológica. Reconoceremos que los programas cerrados no son asumibles en su totalidad y nos veremos coincidiendo con este o con aquel en un tema o en otro, viviendo en una posición que algunos considerarán pusilánime o sin criterio pero que en realidad está fundada en un criterio propio que se atiene a la razón y es coherente con la realidad. Esta libertad para coincidir y discrepar hace que cambien los compañeros de viaje, que hoy coincidamos en un destino pero que en otro viaje no te acompañe. La política transversal evita la polarización mala. Cuando la opinión pública es dispersa, transversal, no está dispuesta a meterse en la estrechez de la trinchera y preferirá el espacio abierto del ágora, donde escuchar y ser escuchado, donde participar en la formación de la opinión. Para acabar con la polarización mala, la que divide y empobrece el debate, bastará con atreverse a pensar y a coincidir con o discrepar de nuestros conciudadanos, sean quienes sean.
Polarización buena y polarización mala
La polarización en sí no es mala, lo que la hace tan perjudicial es la intolerancia. Un circuito eléctrico funciona porque está polarizado, los mecanismos funcionan porque hay una diferencia de potencial entre los polos de la batería, mientras que un circuito no polarizado es un circuito descargado e inútil. La polarización mala es nociva para la convivencia y empobrece las ideas. Es el fruto de la política vertical. La polarización buena es la que al combinarse con la tolerancia permite la circulación e interacción libre de las ideas y el enriquecimiento cultural de la sociedad.
Quiero servirme de una declaración ya clásica en la película El Tercer Hombre, dirigida por Carol Reed en 1949, para ilustrar los efectos de la polarización:
"En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco".
De estar en esa época yo elegiría Suiza para vivir, sin duda, y no justifico las atrocidades de ese momento en Italia. Pero, ¿cómo se puede alcanzar una sociedad dinámica y creativa en la que además reine la ley, la democracia y, por tanto, la paz? Una sociedad así sólo será alcanzable si la opinión se abre a la libertad y la tolerancia y abandona la trinchera para ocupar el ágora. ¿Y qué harán los ciudadanos en el ágora? ¿Amarse, vivir en paz y democracia? Por supuesto, pero debatiendo y discrepando. Vamos a debatir entre nosotros y a defender planteamientos para los que tendremos compañeros de viaje con los que hoy coincidiremos pero que mañana pueden cambiar. Vamos a defender nuestras ideas frente a quien opina de otra manera y lo haremos con la misma contundencia y solvencia que nuestros antagonistas, con la misma intención de hacer valer nuestra opinión y con el mismo deseo de que se impongan mediante la razón, pero sin sentirnos inexpugnables. Esta es la polarización buena, la que se da en la política transversal, la que enfrenta en el debate a posiciones convencidas de tener razón y la que asume que puede no tenerla, la que enriquece nuestras ideas al darnos a conocer las diferentes posturas y argumentos acerca del tema en concreto y mide su solvencia en el encuentro con otras ideas que muestra su fortaleza o endeblez. Quien se sirve de la crítica para construir su pensamiento conoce la duda y no será categórico al descalificar la opinión del contrario, a no ser que este conculque la ley, las normas de convivencia y el respeto que todos nos debemos.
Quizá has escuchado violines, pero es mejor que marchar al ritmo de los tambores.
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