Sobre el cinismo
Prefacio
Pienso que la vida cotidiana nos ofrece muchos
casos aparentemente banales que encierran un significado que va más allá de lo
aparente, casos que desvelan una corriente que subyace al aflorar en algunos
puntos de la superficie, síntomas que refieren a una realidad mucho más
importante. Son situaciones que nos dan pie a pensar y a descubrir esas pautas
que, una vez conocidas, serán reconocidas en otros momentos y otros lugares muy diferentes.
La misma realidad nos ofrece a veces la hebra de la que tirar para descoser el
zurcido que la oculta. Si queremos abrir y conocer el mundo debemos mezclarnos
con él y dejarnos impresionar por sus matices, pero hay que estar atentos,
porque suele hablar muy bajito.
Los hechos
Este verano, durante las
vacaciones, a mi familia y a mí nos apeteció un helado de esos artesanales que
venden en heladerías con nombre italiano. Los recogimos, nos apartamos de la
acera mientras decidíamos dónde íbamos a ir a comerlos y, sin poder resistirnos,
nos quitamos las mascarillas un momento para repasar la muy apetecible bola que
se estaba fundiendo e iba a caer al suelo. En ese momento pasó a nuestro lado,
camino de la heladería, una pareja que llevaba atado un perro, el cual, al
pasar a nuestra altura se detuvo y se entretuvo en lamer mis rodillas, algo que
además de sobresaltarme, porque no me lo esperaba, me produjo mucho asco.
Cuando reaccioné, miré a la pareja, que ya había llegado a la cola de la
heladería, para saber si se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Vi que
nos miraban de reojo y hablaban entre ellas, acomodando la situación y preparando
una respuesta por si les hacía falta, según interpreté.
No sé si para obtener una explicación o una
disculpa, me puse la mascarilla, me dirigí a ellas y les conté lo que había pasado. No hizo falta
continuar porque resultó evidente que se habían dado cuenta y que tenían preparada
la respuesta. En lugar de tratar sobre el hecho concreto que había ocurrido y
que había provocado mi queja, en lugar de buscar una salida basándose en ese
hecho, en lugar de dar una disculpa o una justificación, en lugar de restarle
importancia, negarme o poner en duda que hubiera ocurrido..., en lugar de eso,
dispararon su preparada artillería en una parrafada sin interrupción y subida
de tono, acusándonos de incumplir las normas por estar en la vía pública sin
mascarillas. Sin mascarillas, dijo. Me quedé atónito y cuando las busqué, las
palabras oportunas habían huido de mi cabeza. Cualquier intento mío de
recuperar el tema por el que me había dirigido a ellas fue rechazado con
contundencia y en vez de estar tratando los lametazos desagradables de su perro
me vi recibiendo una severa reprimenda por no llevar puesta la mascarilla. Dado
que no estaban en disposición de escuchar y que además reconozco que me
faltaron los argumentos para responder a su embestida, me di la vuelta y volví
humillado con mi familia, que había asistido estupefacta a la escena. Hicimos
un esfuerzo por olvidarnos del tema sin conseguirlo mientras acabábamos
nuestros helados en un lugar tranquilo.
Tiro de la hebra
Tratamos y resolvemos los
asuntos más específicamente humanos, los culturales, esos donde la verdad
siempre es provisional y parcial, mediante el uso de la razón, el respeto a
normas aceptadas por todos y la referencia constante a la realidad como aquello
con lo que cualquier acuerdo o razonamiento debe ser coherente. De acuerdo con
esto establecemos un campo y un juego compartidos y aceptados donde vamos a
resolver nuestras diferencias o a intentar encontrar un punto de mínimo
acuerdo. El debate, cualquier debate, la discusión o la conversación, son
juegos donde se habla con criterios razonables en busca del acuerdo y de la
verdad compartida, de la descripción de la realidad más cercana a la aceptación
de todos. Pues bien, en la situación que he descrito antes no hubo ni un campo
ni un juego compartidos, sino que una de las partes impuso otros por su propio
interés, para resolver una situación de forma egoísta aunque fuera al coste de
despreciar lo común. Yo salí a un campo de juego y ella impuso otro. Me faltó
la habilidad para entrar en el suyo y conducirla al mío.
Este comportamiento no es raro por desgracia. Es
muy frecuente en las disputas políticas, por ejemplo, cuando alquien que es
interpelado por un hecho condenable de difícil justificación, en lugar de
reconocer la falta y asumir la responsabilidad, ignora la acusación y lanza
otra de la misma gravedad o mayor basada en hechos quizá falsos que nada tienen
que ver con la acusación primera. Otro ejemplo lo ofrecen esos personajes que,
altaneros, se muestran en una tribuna y lanzan frases y consignas que saben
falsas, frases que no tratan de la realidad sino de una recreación de ella
basada en un deseo, pero que despiertan la emoción de quienes están escuchando.
Es el cinismo, el desprecio impúdico y descarado de la realidad con el fin de
servir a los propios intereses, la utilización inadecuada, por egoísta, de
normas y usos comunes para el provecho propio. No daré nombres, pero estoy
seguro de que todos pensamos en alguien.
El cínico tiene una relación especial con la realidad. La conoce bien pero está dispuesto a ignorarla. Es un mentiroso, pero no solo eso, es además descarado. Un mentiroso puede decir que ha visto un burro volando, pero si además niega haberlo dicho, es un cínico. El mentiroso ofende a los hechos, el cínico, además, a las normas y a las costumbres. Conoce la situación, el estado de las cosas, y las reducidas fuerzas con que cuenta para conseguir su objetivo o realizar sus deseos. Sabe que por la vía del acuerdo basado en lo razonable y la aspiración a la verdad no podrá alcanzar lo que pretende y en lugar de desistir se arma de descaro, pervierte el discurso y cambia las normas. No cambia la realidad, sólo cambia su representación. No inventa las normas, sólo las utiliza para su provecho. Es un moldeador interesado del discurso, un embaucador sin remilgos. El cínico pone conscientemente sus intereses por delante de los acuerdos alcanzables, de lo razonable y de la verdad o del propósito decidido de alcanzarla. La verdad no le importa, sólo quiere vencer. No es un ignorante, no es ciego, no es bruto, sólo es descarado y sinvergüenza. Es un listo en el peor sentido. El cínico no puede ser humilde porque necesita su arrogancia para camuflar su debilidad, como esas columnas de aspecto pétreo que en realidad están hechas de cartón y a las que sólo hace falta acercarse y dar un pequeño toque para comprobar su verdadera naturaleza. Por eso el cínico evitará el contacto y el debate sosegado cuanto pueda. Utilizará la hostilidad para incomodar a su rival y hacer que se retire cuanto antes. Para imponerse utilizará la tensión verbal, nunca la razón.
Podría resultar muy banal defender la verdad, pero hoy por desgracia no lo es. La verdad está
amenazada, la mentira se ha vestido de seda y se ha convertido en arma política
y ética. De tanto escuchar planteamientos o declaraciones falaces a personas
supuestamente formadas y que ocupan puestos relevantes, más interesadas en
encender las pasiones que en avanzar en el conocimiento, más interesadas en
conectar con la emoción que con la realidad, podemos llegar a acostumbrarnos y aceptar
la mentira como parte normal de nuestro entorno. Ante eso, y resulta sonrojante
decirlo, hay que reivindicar la verdad y no tolerar la mentira, el cinismo o la
demagogia, expresiones del desprecio de la realidad, perversiones de la razón y
del lenguaje, tajazo de lo que nos une, que, si bien siempre han sido considerados malos, nunca como ahora
habían ocupado lugares tan eminentes.
Peñaranda de Bracamonte, 24 de octubre de
2020
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