Analogía de un mecánico de coches





Soy mecánico de coches. La mayoría de las veces las reparaciones siguen el curso marcado por los manuales, pero hay otras en las que la solución hay que buscarla además en el ingenio, la experiencia, la consulta, la improvisación, la ocurrencia y la suerte. Son averías inéditas, con diagnóstico complicado, que requieren tiempo y coste indefinido para su solución, averías que no tienen un camino preestablecido para ser solucionadas.

Con el coche en el taller empiezo la indagación buscando la solución en lo inmediato y con el menor coste. Me ocupo de la reparación y me preocupo con ella. Le doy vueltas, pienso, me la llevo a casa, sigo pensando, muchas veces aparece en mis sueños, me asalta mientras me ducho o mientras camino para recordarme que sigue ahí o para inspirarme una posible vía. La intento, sigue sin conducir a nada. A medida que se van descartando soluciones el asunto se complica más y, como el tiempo pasa, el cliente se incomoda y me lo manifiesta. Pido paciencia. "No disparen al pianista, lo hace lo mejor que puede".

Mi preocupación aumenta pero al mismo tiempo me agarro a la confianza de que la solución está más cerca, porque siempre llega, y los caminos posibles se van reduciendo. Me exijo calma. He tratado de paliar las molestias a mi cliente prestándole un coche sin coste para él y proporcionándole la información que necesite, pero esto no siempre es suficiente. Como se supone que soy un experto, se siente decepcionado al ver que no doy con la solución, porque los expertos lo saben todo y tienen soluciones para todo, pero eso no es así y procuro desmentir tales expectativas injustificadas.

Finalmente la solución llega y de repente se hace evidente, porque las cosas una vez sabidas son evidentes. Tan tonto he sido. Tardía. Costosa. Lo hemos pasado mal. Sé que llegado este momento la única recompensa que me aseguro es el alivio. No voy a cobrar todo el tiempo empleado ni los desvelos sufridos, mi prestigio puede haber disminuido y sé que puedo perder a un cliente que ahora, con el problema solucionado, se siente fuerte pero también decepcionado.

¿Será por esto por lo que, salvando la distancia casi infinita, compadezco a los gobernantes ante esta crisis? ¿Será por esto por lo que lo primero que pienso ante nuestro gran problema es de qué manera puedo ayudar o al menos no estorbar? Y cuando llegue el momento oportuno exigiré y esperaré las explicaciones, desde luego, pero sobre todo para conocer qué hemos aprendido, dónde acertamos y dónde nos equivocamos, porque estamos obligados a mejorar y a no repetir errores. En esto no hay alternativa.

Peñaranda de Bracamonte, junio de 2020

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