En una isla de orden con un volcán




"Seguir vivo es huir del equilibrio cuesta arriba sin dejar de resbalar cuesta abajo". Jorge Wagensberg. "Sólo se puede tener fe en la duda".



La Señora Isabel salía todas las mañanas a barrer la puerta de su casa. Reunía con el cepillo todo lo que el tránsito había dejado durante las veinticuatro horas anteriores, lo ponía en el recogedor y volvía a entrar. Nada más cerrar la puerta, en la calle se empezaba a acumular lentamente todo aquello que Isabel barrería otra vez al día siguiente, tal y como venía haciendo desde hacía mucho tiempo. Era una labor que nunca terminaba porque nunca había un barrido definitivo. Porque nunca hay un barrido definitivo. De todos los estados que podía presentar la calle a la altura de su puerta, Isabel imponía uno, el de la limpieza. Podía haber barro, arena, hojas. Todo esto podía estar dispuesto en infinitas disposiciones, de esta forma o de la otra. De todos los estados posibles, que eran infinitos, a Isabel solo le gustaba uno, el más improbable, y para imponerlo salía cada mañana muy temprano de su casa. Con su empeño, Isabel hacía real lo menos probable.

El mundo de la vida es un pequeño islote de orden dentro de un mundo más grande donde el desorden impera y crece. Gracias al cuidado, la vida mantiene las estructuras que la sostienen y tan pronto como el cuidado desaparece o se relaja, la vida se deteriora o termina. El mundo de la cultura es un mundo creado dentro del mundo de la vida. Organizamos nuestra sociedad con normas que nos permiten convivir. Enumeramos los días, los años, las casas, las calles. Retiramos la maleza de las cunetas, domamos las bestias, prevemos los chubascos. Nos cortamos el pelo, nos peinamos, nos aseamos, lavamos nuestra ropa y la planchamos. Nos imponemos buenas costumbres, dietas saludables, horarios estrictos. Arreglamos el pavimento, pintamos la fachada, tiramos las cosas a la papelera (enjaulamos el desorden). Queremos vivir en un mundo ordenado y a mantener ese orden dedicamos mucho esfuerzo. El cuidado tiene que ser permanente, no se puede bajar la guardia, porque tan pronto como desatendemos el orden, tan pronto como nos descuidamos, el desorden aflora. Es como si el desorden estuviera siempre esperando a tener la oportunidad que le brinda el descuido, la desidia. Cualquiera que tenga un huerto o un negocio lo sabe. Viven siempre como quien vive al pie de una duna. La Señora Isabel lo sabía. Sabía que si pasaba un día sin atender su puerta, el orden, la uniformidad de la puerta limpia, desaparecería, y eso no le gustaba porque a ella su puerta solo le gustaba de una manera.

Arreglo coches. Hace unos años iba a encontrarme con mis compañeros de carrera, a quienes hacía veinticinco que no veía, y se me ocurrió una broma para explicar a qué había acabado dedicándome. Para no quedarme pequeño ante sus seguramente maravillosos currículum y sus enriquecedoras profesiones, les expliqué, algo acomplejado, que me dedicaba a corregir aumentos disfuncionales de entropía en vehículos automóviles con motor de combustión interna. (Ahora tendré que añadir “o eléctricos"). La broma tenía un fondo serio, claro, y explico a qué me refería con "aumentos disfuncionales de entropía". Un mecanismo está diseñado y fabricado para cumplir una función. Mientras la cumple se está comportando tal y como se espera de él porque está respondiendo a su diseño, y sus partes están ordenadas de forma idónea trabajando así todas para el fin para el que ese mecanismo fue creado. Simplificando, una avería ocurre porque alguna de las piezas que componen el mecanismo se ha salido del guion, ha dejado de cumplir su función al no responder al diseño inicial. El orden preestablecido se ha roto. Es entonces cuando el mecánico, igual que hacía Isabel todas las mañanas, restituye el orden corrigiendo el aumento de entropía que ha tenido una consecuencia disfuncional. La Segunda Ley de la Termodinámica encierra un sentido filosófico por el que va más allá de las fronteras de la física. Pocas leyes como esta son tan universales. Ninguna ley es tan difícil de burlar. Ninguna ley es tan implacable.





Las ruinas ofrecen una imagen muy fuerte y sugerente. Representan el momento de transición entre el orden y el caos, entre un momento inicial en el que el edificio tuvo un orden máximo y un momento final hacia el que tiende y en el que se convertirá en arena sin forma con un grado enorme de uniformidad y equilibrio. Representan un estadio en el proceso de aumento de entropía que se desarrolla en el tiempo debido a que las situaciones más probables se van imponiendo. Es un curso implacable y universal al que solo se opone el cuidado mientras existe la voluntad y sobre todo mientras puede, en una huida del equilibrio cuesta arriba sin dejar de resbalar cuesta abajo.





Peñaranda de Bracamonte, 15 de noviembre de 2019




Comentarios

Entradas populares de este blog

Filosofía para Juan

Sobre Derechos Humanos y derechos animales

Analogía de un mecánico de coches