A 4.000m el paisaje es plano y del paisanaje sólo se ve el rastro, como en el cuarto de juego desordenado se ve el de los niños ausentes. Sobrevuelo, mecido, un mapa vacío sin movimiento ni tiempo. Nada ocurre abajo.

A medida que el avión desciende, el suelo empieza a fluir, el tiempo reanuda su curso y empiezo a identificar lo familiar. Todo se acelera, también el corazón, cuando el avión va a aterrizar. Al tocar la tierra y sentir el vaivén brusco, mi reloj recobra su ritmo habitual y se sincroniza con el local. Cuando bajo y me cruzo con personas reconocibles sé que he salido del mundo de la geografía para entrar en el de la psicología.


Palma de Mallorca, septiembre de 2019

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